Un proceso dialéctico entre la tecnología y la emoción
La bailarina se dio cuenta que sus movimientos eran más contorsionados cada vez que pretendía lograr el sonido correcto; ella estaba acostumbrada a bailar siguiendo la música, y no a crearla conforme bailaba.
(Fred Ritchin)
En el proceso de investigación escénica, los intérpretes han requerido un entrenamiento especial orientado por un lado al uso de la tecnología en la danza, y por otro a los distintos estados emocionales, a partir de una exploración autoperceptiva mediante el Alba Emoting, que los enfrentó a un arduo recorrido emocional. Desde este trabajo dialéctico en relación a sí mismo y también a los otros, se buscó producir una acentuación en los procesos de percepción del cuerpo del intérprete escénico en la danza.
Se podría sugerir, como lo señala Anne Cauquelain (2008) respecto a la relación entre el cuerpo y la tecnología en el arte contemporáneo, que este proceso dio lugar a tecnocuerpos, donde operó una lógica distinta también para el intérprete de Emovere. El cuerpo se transforma y se generan otros tipos de experiencias perceptivas. Esta hibridación presente en el montaje y en su proceso creativo, produjo un desorden o reordenamiento de la sensación, de los sentidos, una desorientación y descomposición a partir de una matriz digital y emocional. Emergen nuevos cuerpos y las corporalidades se des-subordinan en una dialéctica entre el dispotivo y la emoción. Se genera entonces una techné de la emoción en combinación con una techné corporal de la sonación, que a su vez implicó un largo proceso de búsqueda y exploración de diversas cualidades de movimiento.
En este sentido en Emovere se desarrolló una corporalidad particular, que implicó un proceso de corporización específico, donde se in-corpora un tecnocuerpo emocional para desarrollar un modo particular de interpretación para la danza.
Se abre de este modo una dimensión sonoro-emocional entre los intérpretes. No es solo que un intérprete “suene”, sino que se relaciona con otro que también “suena” y que se encuentran “sonando” en una determinada emoción. En este sentido, el proceso creativo también implicó el desarrollo y creación de una relacionalidad particular. Se genera una suerte de relacionalidad sonoro-emocional, que se articulan en distintas combinaciones sonoras según las relaciones que se establecen, o bien, dando lugar a diversos modos de relación.
Tomo como ejemplo un fragmento del montaje, que fue denominado como “zona 1”. Cada uno porta un conjunto de sonidos distintos con distintos niveles de intensidad a mayor tensión muscular. Comienzan moviéndose de a uno. Primero se mueve Francisca, luego Eduardo. Ambos se detienen y entonces escuchamos el movimiento de Pablo, al cual se suma el sonido y movimiento de Poly. Los cuerpos van sonando mientras se rozan, se arrastran, reptan. Se generan distintos niveles de sonoridad como si cada relación entre dos o entre tres sonara distinto, lo que implica también la interpretación no solo de un mundo interno sino las distintas combinaciones de relaciones entre diversos mundos.
Por otro lado, es importante notar que en este “sonar” de los intérpretes, los sonidos son y no son parte del cuerpo. Se abre una interfaz híbrida. Emovere es un montaje de contacto y de roce, pero a la vez de prolongaciones e intensidades que pertenecen y no pertenecen a los cuerpos, y que en un punto también ponen al cuerpo en una experiencia tanto fuera como dentro de sí, o bien, el dentro lo pone también fuera como un paso por el exterior.
El conjunto de sonidos es generado a partir del cuerpo. Pero estos sonidos también repercuten en el modo de moverse. A lo largo de Emovere los sonidos cambian, son diversos, se intensifican y se dilatan, se interrumpen, se reanudan, se unen en una serie de combinaciones y luego en otra según los estados emocionales, a veces generando una suerte de composición y descomposición musical a través del cuerpo.
Por lo tanto, partir de la constitución de cuerpos resonantes en escena, Emovere pone en tensión y problematiza una experiencia corporal de la emoción, haciendo énfasis en la transmisión de la experiencia interna del cuerpo y su relacionalidad, generando una poética escénica particular.
Deconstrucción entre la voz, el sonido y la emoción
Un ser, un movimiento contenido, mínimo,
Respiración, resoplido que apenas agita la camisa
El roce de la ropa le incomoda. El cuerpo le incomoda.
Costillas tensas. Impulso invisible, latente.
La mirada que se clava en un punto fijo
como si tuviera miedo a perder el control.
(Texto escrito por Rolando Jara para Eduardo)
“Desafío a cualquiera que quiera decir algo sin el cuerpo”, dice Eduardo al comienzo del montaje. Es la primera frase que da inicio al trabajo escénico. Es de hecho la única frase que oiremos sin intervención de la tecnología. Y el montaje es de hecho también ese desafío. Ese pensar y repensar el rol del cuerpo en la emoción. Eduardo se acerca al micrófono ubicado en uno de los extremos del espacio escénico. Dice el texto que le corresponde. El texto ha sido escrito para él. Lo ha escrito Rolando siguiendo poéticamente ciertas características de su personalidad. Se puede oír la voz de Eduardo a través del micrófono adaptado para que a su vez grabe una pista de sonido. De manera muy lenta y pausada pronuncia cada una de las palabras. Al terminar se aparta del micrófono. De pronto comienza a moverse de un modo específico, generando la tensión muscular necesaria para activar los sensores ubicados en los brazos y una pierna. Al ser activados comienza a sonar la pista que ha sido grabada a través del micrófono, con su propia voz. Con la tensión muscular de la pierna activa el volumen. Con los brazos le otorga mayor velocidad. Se genera un lugar dislocado de la emergencia de la voz, que no es el lugar común, propio de su condición de posibilidad. No es la boca la que la articula, sino las distintas partes del cuerpo las que producen el aparecer de la voz. Y en ese paso por el cuerpo, la voz se expande evidenciando un decir del cuerpo, o bien se evidencia el movimiento del cuerpo en el proceso de decir.
[1] Utilizo el término de “sonación” en referencia al término descrito por Aristóteles en Acerca del Alma (1993), que corresponde al acto de lo que puede sonar.